Si la mayoría de edad se alcanza a los 18 años, es a los 20 cuando nuestra vida da un cambio radical. Como si la cifra trajese consigo mágicas consecuencias, alcanzar la veintena nos da fuerzas e ilusiones renovadas. Dejamos de ser esos niños que iban al colegio o instituto mientras llevábamos una vida sencilla ―pese a que no lo pareciese entonces― y nos sentimos hombres y mujeres en plenitud. En los “iecimuchos ni te planteas el futuro, a los veintialgo sabes que llega la hora de terminar estudios, encontrar trabajo, pareja estable… Pero ni el miedo, ni nadie, puede detenernos el día que entramos en la tercera década de nuestras vidas.
Ese paso dio la Selección Española de futsal, y su gesta alcanza hoy los 20 años, lo que hincha el pecho de todo el aficionado al fútbol sala, que siente de igual manera que si se consiguió el título entonces, se puede conseguir cualquier cosa. La cuestión, en aquel entonces, no era baladí. Los brasileños coparon las estadísticas: bota de oro, plata y bronce (Manoel Tobías con 19, Vander Iacovino con 11 y Schumacher con 10), equipo máximo goleador (78 goles a favor) y un juego que enamoraba por su estilo ofensivo. Pero España, basada en la defensa (solo cinco goles en contra en los siete partidos anteriores), se sobrepuso.
Si entonces se consiguió, ¿cómo no vamos a poder repetirlo en el próximo Mundial? Somos 20 años más maduros. La edad nos permite afrontar con orgullo lo que venga. Aunque lo que esté por llegar se vea muy difícil, dados los precedentes. Aunque el juego guste menos, aunque las convocatorias están ahí y sabemos que nunca estaremos de acuerdo con ellas al 100%. Aunque no acompañemos todas las decisiones de Fede Vidal.
En lo que siempre estaremos de acuerdo, es que el fútbol sala español bordó una estrella en su pecho aquel domingo, 3 de diciembre de 2000, cuando la victoria ante Brasil nos dio la gloria en un deporte que era hasta ese momento dominado con puño de hierro por los propios brasileños.

Literalmente: la canarinha se había proclamado campeona del mundo en 1989 (2-1 ante Países Bajos), en 1992 (4-1 ante EE.UU.) y 1996 (6-4 precisamente ante España). Y quedaban cinco minutos de aquel partido en el Domo ―reconvertido de plaza de toros en pabellón de fútbol sala― sin que la historia pareciese dispuesta a llevar la contraria. Brasil se imponía 3-2 con goles de Anderson, Manoel Tobías y Vander, éste último en el minuto 34. Dos minutos después, y con ambos equipos acuciados por las faltas, España se mantenía sobre el alambre gracias a la actuación inconmensurable de Jesús Clavería, autor de más de una decena de paradas, algunas de mucho mérito ante un rival que venía de hacer más de seis goles (de media) por encuentro.
Como sucede, la Historia se escribe de pequeñas historias
Una de ellas la protagonizó precisamente Jesús Clavería. El madrileño acudía a la cita como tercer portero. Guillermo y Luis Amado, los principales, cayeron en el partido ante Croacia, el primero de la segunda fase. Guillermo sufría una fractura en el calentamiento. Amado, al final del encuentro. Suponía el retorno a la primera línea de fuego de un portero que, con 32 años, había sido desplazado por el ímpetu de los recién llegados. La responsabilidad no le pesó y realizó unos últimos partidos espectaculares.
No es el único nombre propio que llegó por error. Nos habíamos quedado en el minuto 36, con España un gol abajo y la final de 1996 en el recuerdo. Entonces, sucedió lo que había pronosticado Javi Rodríguez poco antes. ”Cuando Brasil cometió la quinta falta miré al banquillo y le dije a Joan que calentase que iba a tener que lanzar un doble”. Entonces pasó algo inesperado.

Así lo contaba el ahora entrenador de Industrias Santa Coloma a un servidor en una entrevista hace años: “Si te digo la verdad, el primer doble ni siquiera lo iba a lanzar yo. Cuando le hicieron la sexta a Orol, en un primer momento creímos que nos habían pitado en contra, porque la toca con la mano, así que lo que hago es llevarme el balón al punto de 12 metros para crear confusión al árbitro. Nos conceden la falta a favor, a mí se me olvida lo que le había dicho a Joan y me encuentro con el balón ahí, listo para lanzar. Así que chuté y lo metí”.
El segundo lanzamiento de doble, a 40 segundos del final, sí fue premeditado. El orgullo de Javi Rodríguez, la confianza que tenía en sí mismo, hizo el resto. Dos punterazos para pasar a la historia y poner el nombre de España junto a su eterna rival. Ambas dominaron el futsal mundial hasta la irrupción de Argentina en 2016.
En poco más de tres minutos se pasó del 2-3 en contra al 4-3 a favor. Dos chuts del colomense. Las dos, abajo, fuerte y al centro. Y las dos se colaron para adentro. Lavoisier, portero brasileño, no pudo evitar la primera derrota de los suyos. El Mundial se vino a España con Javier Lozano, actualmente presidente de la LNFS y entonces seleccionador nacional, al frente.
“Uno de los entrenadores más inteligentes que he tenido”, recordaba el propio Javi Rodríguez. “Sabía perfectamente cuándo soltar la cuerda y cuándo apretar. Controlaba los egos para que nadie estuviese por encima de los demás”. Junto a él, un puñado de nombres. No eran más que “cuatro amigos que fueron a jugar un Mundial y acabaron ganándolo”, como lo define el siempre genial Julio García Mera. Una lista de amigos que quedarán bordados en oro en la historia del futsal español.

Jesús Clavería, Julio, Orol, Javi Sánchez, Daniel Ibañes, Paulo Roberto, Javi Rodríguez, Santi Herrero, Adeva, Alberto Riquer, Joan Linares, Kike Boned, Ricardo, Guillermo y Luis Amado. Ellos consiguieron un hito que hoy, 20 años después, seguimos celebrando: el día no solo que destronamos a Brasil, sino que demostramos que podíamos ser los mejores del mundo.
Autor: Dani López (twitter: @gremplu)