Jaén y el WiZink, un recuerdo imborrable

Bienvenidos seres de todo credo, raza y condición al maravilloso hackeo de Futsal Corner. En un acto digno de la famosa asociación “Anonymous” he decidido que si desde el podcast se está hablando de la relevancia de la Copa y del WiZink Center, había que hablar de ese 2018 que tan lejano se ve ahora.


Una Copa que tuvo algo tan peligroso como es la misión de cumplir las expectativas. Desde el mismo momento en que fue declarada sede ya se daba por hecho que sería “la mejor Copa de la historia” y realmente lo tenía todo: buenas conexiones, un pabellón inmenso e incluso una ubicación idónea dentro de la ciudad. Y vaya que si cumplió con las expectativas.

Pero permitidme que os hable también de la campaña en redes de hace unas semanas de la afición del Jaén, ese #SinJaénNoHayCopa. No fue creado para desmerecer una Copa en la que no estuviera Jaén, ni mucho menos, sino que porque para gran parte de nosotros la Copa es alegría, buen ambiente, charlas a la puerta del pabellón, cánticos alternos entre las mejores aficiones de España. Y todas estas definiciones tienen gran parte de su origen en esta Copa del 2018.

Una Copa que tiene intrínseca una magia que en ese inmenso WiZink Center hizo alarde de presencia como pocas veces. Esa magia que hace que un equipo pequeño, o al menos no favorito, vaya ganando aficionados conforme los partidos y las eliminatorias se suceden. Una magia que hizo que todos empujáramos a ese Palma que se cargó a ElPozo en cuartos. Una magia que hizo que todos nos enchufáramos de adrenalina con cada parada de Adrián en aquel Zaragoza-Barcelona, y que solo la desorganización evitó que los aficionados no nos fuéramos a celebrar a la misma Plaza del Pilar tras esa tanda de penaltis en la que todos parecíamos maños de adopción y por la que a Rivillos aún le pitan los oídos al recordarla.

Señores, esta es semana de Copa, pero esa fue LA Copa. Y por suerte para este humilde hacker, fue la Copa de Jaén, de mi Jaén. El mejor Jaén de la historia, para mí, hizo una machada en esos cuatro días. Seamos sinceros, en 2015 lo que sucedió fue una alineación de planetas maravillosa e histórica pero un hecho muy difícil de ver y aún más de repetir. No, esta vez no fueron los planetas, en esta ocasión fue más que merecido.

En cuartos contra un gran Cartagena de Juan Carlos Guillamón, que años antes de todo el glamour y los fichajes, logró meter a un equipo currante en la Copa tras su ascenso, presentándose con un equipo rocoso que quizá por mi alma de sufridor me hizo pasarlo fatal aquel día en las gradas del WiZink, pero que entre Dani Martín y Chino lograron superar.

En unas semifinales contra el Zaragoza, a quien el día anterior solo nos había faltado bailar una jota para ser considerados aragoneses y que aquel día nos lo hicieron, de nuevo, pasar fatal. ¿Qué quieren que les diga? si lo paso mal hasta jugando al Pac-man porque va vestido de amarillo. Pero en serio, un partido que parece la excelencia de esa frase que tantos años los acompañó: “los viejos Rockeros”. Tiraron de experiencia para hacer un inmenso partido y poner contra las cuerdas a un muy buen Jaén.

Pero de nuevo aparecía Chino para hacer un hat-trick a un Adrián Pereira que como en el día anterior parecía que la portería estaba diseñada a su figura y no existía ni un hueco posible. Chino y sus chinazos lo hicieron, porque allí nació el termino, ahí cogió su fama, y mucho más allá de lo que ocurriría al día siguiente, ese fue el día culmen para que cuando oyes “chinazo”, tu mente te enlace ese término con la palabra escuadra con los dos goles del último minuto de aquella semifinal como referencia.

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¿Saben lo que es el placer?

Es estar en Madrid a las dos de la madrugada del sábado al domingo, y estar bebiéndote una cerveza disfrutando de la redifusión que hay en la televisión; saber que entra en el minuto clave donde esos dos tiros tú ya eres conocedor que van a entrar y esta vez si los vas a poder disfrutar y no solo quedarte sin respiración esas décimas de segundo para luego verte en una marea de abrazos.

La marea, cierto. La marea. Una Marea Amarilla (porque tiene entidad propia y el uso de mayúsculas se hace necesario) que fue creciendo conforme pasaba el torneo. A jaén ya le gustaban las Copas ―como para no― y se presentaron una gran cantidad de camisetas amarillas por unas calles muy distintas de las jienenses, donde los pobres madrileños solían reaccionar igual, preguntándose de qué equipo era esa camiseta que llevaba tanta gente.

Pero lo que pasó, conforme los días avanzaban, era mucho mayor de lo ocurrido en Ciudad Real tres años atrás. Nunca se había desplazado tanta gente hasta ese día y en la final contra todo un Inter y en su “casa” se rompieron todos los pronósticos con imágenes para el recuerdo como el recibimiento al equipo al son del himno de Andalucía de manera espontánea. Ayudados ya dentro del pabellón por esa magia que he comentado párrafos atrás, esa magia que hizo que mucha más gente se uniera a esa marea en aquella gesta que estaba por venir.

Un David contra Goliat por segunda vez, y un más difícil todavía ya que el partido fue mucho más duro, mucho más que aquella final de 2015 donde todos los astros se pusieron a favor. Esta vez no hubo astros, de hecho, se tuvieron que levantar una vez que ya todo parecía perdido, cuando Goliat personificado en Ricardinho hizo el mejor gol que he visto en mi vida en un pabellón. Como me gusta decir, “los silencios también son dignos de recordar”, ni un ruido se escuchó en todo el graderío amarillo mientras Ricardo buscaba de qué forma ponerse la gorra para salir más guapo en esa celebración que posteriormente originaría otro cántico histórico para la afición amarilla.

Pero Jaén se recompuso junto a la afición amarilla y la que no es amarilla. Esa magia del equipo pequeño que llevo a hacer el imposible cuando en esa prórroga Rato hiciera lo más improbable, como era perder un balón decisivo, y que Chino no solo consiguiera con ese gol una entrevista en “La Resistencia”, sino llevar al éxtasis a un pabellón casi entero. Crear una fiesta del equipo rival en un pabellón “local”. Pero es esa magia del equipo pequeño, esa magia que todos esperamos y deseamos con cada Copa, ese deseo de que si no la gana mi equipo, se la lleve alguien inesperado o que nunca la ha ganado.

Va a ser una Copa muy difícil para todos, sobre todo porque volvemos al pabellón donde la Copa tocó su punto más alto y lo hará con una afluencia casi testimonial. Pero esa magia que acompaña al trofeo más bonito de nuestro deporte seguirá ahí perenne y si no aparece este año, lo hará en los años venideros. Para tomarla con más ganas con la vuelta de las charlas a las puertas del pabellón, los cánticos, los recibimientos, la tensión y el éxtasis de esta nuestra Copa. Y tendremos que poner todos de nuestra parte para que algún día alguna Copa sea mejor que la del 2018… Pero es que la Copa del 2018… Señores, ¡qué Copa!

Autor: Raúl Sánchez (twitter: @Rau_SN)

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