Desaparece la UA: ¿No se puede? ¿O no se quiere?

La semana pasada, el fútbol sala centró su foco en dos universidades de dos importantes ciudades: Málaga y Alicante; en común, un club de fútbol sala al que dan nombre, instalaciones y mucho más. Aquí se acaban las similitudes y se abre el abismo: mientras que la Universidad de Málaga fue noticia por conseguir lo que jamás se había conseguido, ganar una Copa del Rey siendo equipo de Segunda División, la Universidad de Alicante lo hizo por comunicar oficialmente que renuncia a disputar la máxima categoría el año que viene. Y lo hace porque “la profesionalización de la liga de fútbol sala femenino nos impide competir en Primera División”.

La tragedia va mucho más allá, puesto que tampoco descenderán una categoría, como sucede en determinadas ocasiones, para competir en una Segunda, reajustar un presupuesto con una plantilla más modesta y desplazamientos más cortos, sino que directamente y como reza su comunicado, “el equipo de la UA pasará a jugar en la categoría federada amateur”. Se escudan, como si fuese una buena noticia, en que esto “puede abrir la puerta a otras futbolistas universitarias en niveles más iniciáticos y de formación, que es realmente nuestro cometido como institución académica”. Para reírse, de no ser por lo trágico de la noticia. Quitarle importancia al hecho de que el club desaparezca, dejando a un buen puñado de jugadoras fuera de la élite, y pretender que sea algo positivo con la excusa de que el leit motiv de una universidad es la formación ―como si no lo supiéramos― es sangrante. ¿Acaso hay mayor aliciente para esas chicas que empiezan, que ver cómo su equipo sénior disputa todos los fines de semana partidos frente a las mejores jugadoras del mundo? Si lo que quieren es formar profesionales competentes, pocos ámbitos mejores que ese se me ocurren para quien aspira a hacer (snif) del deporte su modo de vida.

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Y si comparamos el desastre de la desaparición con la excelente gestión de la UMA, hoy en boca de todos por su gesta inaudita en nuestro deporte, no hay argumento que se sostenga. Por más que en el comunicado lanzado intenten convencernos. Porque si analizamos a fondo qué hay de verdad en todo lo dicho, comprenderemos que ni se hizo todo cuanto era posible, ni el cambio es lo que se insinúa, ni hay ventaja alguna en la retirada del equipo.

“La Federación exige contratar a las jugadoras […] La nueva normativa obliga a los clubes deportivos a profesionalizar tanto a las jugadoras como al cuerpo técnico de los equipos que compiten en Primera División”

El matiz que se da, incluso en la propia elección de las palabras, influye de forma determinante para entender cómo se ha llevado (premeditadamente) a la confusión. Dicho así, parece que haya un cambio radical de un año a otro, que la normativa federativa da un vuelco que impide la inscripción del equipo para la próxima temporada. Nada más lejos de la realidad: el cambio es tan pequeño que prácticamente es insustancial.

Primero de todo, aclaremos: ¿Qué diferencia hay entre un deporte profesional y una competición profesionalizada, más allá de la pomposidad del nombre que no lleva a ninguna parte? En España solo el fútbol y el baloncesto son deportes profesionales. Fin. Ningún otro deporte de este país, en ninguna categoría, lo es. El matiz es que la RFEF no exige que el 100% de jugadoras tengan contrato, como se podría inferir del comunicado. De hecho, solo se exigen tres altas en la Seguridad Social. Más aún, ni siquiera se exige que cobren el SMI ya que no hablamos de contratos laborales, sino deportivos, por lo que bastaría con que esas jugadoras cobrasen al menos 300 euros netos al mes. ¿Y por ese dinero dejan morir una institución deportiva de prestigio? Y por menos. Porque la propia RFEF subvenciona a los clubes con importes que varían en función del número de licencias profesionales que tenga cada club, por lo que habrían recibido una compensación por dicho contrato adicional.

¿Qué es lo que cambia el próximo año? Un único y mísero contrato. Más allá de exigencias como avales bancarios o la presencia de dos equipos base ―que se alcanzan en muchos casos simplemente a través de acuerdos de colaboración con otros equipos de la región― , lo que realmente cambia es que la siguiente temporada se deben tener tres, y no dos como hasta ahora, licencias profesionales. Algo que aumentará en la 2024/25 cuando se deban tener un mínimo de seis licencias. Ahí sí el salto podría ser significativo. Pero ahora no.

Más allá de este supuesto, hay muchas otras soluciones. Una muy sencilla, como bien aclaraba Gustavo Muñana con un simple tuit:

¿Ven como sí se puede?

En conclusión: ¿Imposibilidad o dejadez?

Mucho me temo que no pocas personas han visto en el comunicado una intención clara de señalar a otros (en este caso, la federación) como únicos culpables. Esto no exime a la RFEF de su cuota de responsabilidad, por supuesto: la nula visibilidad de la reciente Copa de la Reina, con apenas un streaming en su canal de YouTube como toda difusión, es el mejor ejemplo de todo lo que nos queda por avanzar como deporte y de lo poco que importamos a los que dirigen los destinos del fútbol sala. Pero que no se nos venda que los (pequeños) pasos hacia la profesionalización son malos. ¿Están diciendo acaso que es mejor tener a las jugadoras cobrando cifras irrisorias o directamente pagarlas en un sobre sin declarar? ¿Hay intencionalidad al omitir que se piden únicamente tres licencias? ¿Hay intencionalidad al decir que se llevan meses estudiando la viabilidad del proyecto, tratando con empresas y posibles patrocinadores, pero sin detallar siquiera mínimamente cómo se ha intentado conseguir ese dinero?

Creo que todos sabemos las respuestas. Y sí, el peaje a pagar para que algún día seamos profesionales ―benditos serán los ojos que lo vean― es que por el camino se queden equipos. Pero que no se digan medias verdades, por favor, ni nos tomen por ignorantes.

Foto: @UAfutsafememino

Autor: Dani López (twitter: @danifutsal6)

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