Ni me he vuelto loco, ni ustedes se han equivocado de página web. Por suerte para todos ―eso creo― seguiré hablando de fútbol sala y no de poesía, aun comenzado este artículo con la primera estrofa del “De repente los ecos divinos” de Rosalía de Castro.
Piensen en Futsi no como lo que es actualmente, sino como lo que ha sido en los últimos años: campeón de Liga en 2012, 2014, 2015, 2017 y 2019. Siete veces campeonas de Copa, seis de ellas en dos trienios mágicos (de 2007 a 2009 y de 2014 a 2016) más la de 2018. Seis Supercopas de España. Tres Copas de Europa. De títulos a nivel regional, mejor ni numerarlos. Y de repente aparece Pescados Rubén Burela, el demonio naranja, y te arrebata de forma consecutiva dos Ligas, cuatro Copas de España y tres Supercopas. Además, se da el gusto de adjudicarse también una Recopa y una Copa de Europa. Y tú, que habías dominado el futsal femenino durante una década, te encuentras superado en juego y mentalidad por otro equipo. Por el mismo equipo, concretamente. Tu dominio es ahora su dominio. Tus focos apuntan a otra parte. Hasta que te vuelves a levantar para recordar quién eres.
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Vuelvan ahora a leer la estrofa.
Las jugadoras de Futsi celebran uno de los goles anotados en la final
Futsi era un gigante dormido, un Lázaro en su tumba que, todos, incluidas sus rivales laranxas, sabían que tarde o temprano despertaría. Con cada derrota de las rojiblancas, con cada muesca en el revólver lucense, se escuchaban ecos de revancha salidos desde las tripas de La Estación, ese pabellón que volvió a vivir un título de las suyas tres años después. “Tres años no es para tanto”, podrán pensar. “Muchos equipos grandes se pasan mucho sin ganar nada”, podrían argumentarme. En tal caso, no conocen la rivalidad enconada entre Futsi y Burela. Tres años han sido demasiados. Son dos equipos construidos para ganar, para dominar. Futsi lo hizo en Liga Regular, pero a la hora de los títulos torcía el gesto e hincaba rodilla. Era cuestión de tiempo que recuperasen el trono. Por estadística, y por algo mucho menos medible en números: son muy buenas.
Su mejor versión, en el momento justo
Tras dominar la competición regular ―una más― con puño de hierro, llegó el traspié de la ida de semifinales en Melilla, un partido resuelto con un 2-0 en contra y una sensación de que no iban a permitir la sorpresa en la vuelta. Así fue. No solo remontó la eliminatoria, sino que apabulló a un equipo que pudo frenar la sangría en la segunda parte de la vuelta, pero que sintió esa ira homicida en los ojos de sus rivales. Las gemelas Córdoba se convirtieron en dos torres. María Sanz en una anguila escurridiza con la única obsesión de embocar. Ari frunció el ceño y eso nunca es bueno para las rivales. Marta Balbuena volaba de un palo a otro como si la gravedad no fuese con ella. Pero, sobre todas, comandando cada ataque, liderando desde la tranquilidad, ella: ‘14’ a la espalda, moño rubio, una conducción que debería ser ilegal, un regate mágico y una visión única de juego. Luján dijo “basta”. Nadie pudo con ella en semifinales y apenas otro titán, con el ‘7’ laranxa, pudo opositarle en la final. Pero la determinación de Anita estaba clara, y el título, también.
Realizaron un partido impecable, dominaron de principio a fin y ni siquiera especularon con el resultado de la ida o la posibilidad de un empate que les diese el título por su mejor clasificación al final de la fase regular. Querían ganar, querían volver a demostrar (y demostrarse) que habían superado la crisis. Con Irene Córdoba destrozando a sus rivales en el pívot, el partido tardó poco, igual que en semifinales, en desnivelarse. Burela se desarbolaba sin saber cómo parar a las rojiblancas. Ni las faltas, ni el juego de cinco, ni siquiera los dos goles que neutralizaban casi de inmediato las dos ventajas locales, parecieron amilanar a un Futsi que había olido sangre. Tenía a su presa acorralada, y no permitiría que saliese con vida. Realizó un partido magistral, empequeñeciendo a un grandísimo rival, y cerró la final minutos antes de que el cronómetro llegase a cero.
La afición de Futsi arropó a las suyas durante todo el partido
Vivimos una final exquisita, con dos rivalidades enormes en la pista y en la grada, con polémicas, expulsiones, golazos y algún que otro fallo. Vivimos una final para hacer afición, para reenganchar a los que nos abandonaron. Una final para que Futsi volviese a renacer, a demostrar que seguía ahí, herido en su orgullo, pero no muerto. Para levantarse, como Lázaro, de su sepulcro. Para conquistar lo que no podía conquistar desde hacía más de 1.000 días, con sus 1.000 noches. Para coronarse campeonas. Para volver a ser lo que fueron, las mejores. El zorro ha vuelto, guarden las gallinas en el corral.