Corría el año 2006 y España celebraba, allá por el mes de septiembre, su primer título como campeona del mundo de baloncesto. Se imponían por 70-47 a Grecia, que venía de eliminar en semifinales nada menos que a EE.UU. En la (merecida) celebración posterior por las calles de Madrid, Pepu Hernández ―seleccionador español― pronunciaría una frase muy recordada, y que le seguiría para la posteridad: «Os voy a decir una palabra. Y escuchadla bien, porque va a ser una palabra muy importante: BA-LON-CES-TO».
Con esa locución quiso decir muchas cosas, y la gente adoptó la palabra, así escrita, como símbolo de aquella generación capaz de convertirse en la mejor del mundo. No es habitual ni sencillo decir tanto con tan pocas palabras ―como bien demuestra mi capacidad de escribir mucho sin decir nada― pero el bueno de Pepu lo consiguió.
Hoy, 14 años después, se sigue utilizando esa expresión cuando se disfruta especialmente de un partido de baloncesto. Y hoy, 14 años después, la hago mía, para decir que lo que se vivió en el Pabellón Martín Carpena entre Jaén Paraíso Interior e Industrias Santa Coloma es esencia pura de nuestro deporte. Es FUT-BOL-SA-LA.
Porque no es sencillo limitar a unos párrafos lo que sucedió en la segunda semifinal de la Copa del Rey. Porque nos hemos hartado ―servidor, el primero―de menospreciar el título y considerarlo menor, solo porque no tiene el lustre de la Copa de España o de la Liga. Lo cual es cierto, pero se demuestra que cuando hay equipos implicados como los que ayer nos regalaron semejante espectáculo, de menor no tiene nada.
Es difícil transmitir con palabras lo que supuso aquel partido. Es incluso complicado con imágenes, no digamos por escrito. Porque se vivió esencia concentrada de fútbol sala. Como dice Kase.O, pura droga sin cortar: “Lo siento, en esta letra no hay mensaje, el mensaje soy yo”. El fútbol sala se impuso a todo. Él fue el mensaje. Las reflexiones existen, pero no nos interesan. Nos interesa el partidazo que disfrutamos. Al menos los que somos neutrales. Porque el sufrimiento de un jienense y un colomense lo viví en la distancia y, créanme, no se lo deseo a nadie.
Podríamos hablar de la primera remontada del 0-1 al 2-1 de Jaén, o de cómo le devolvió Industrias la jugada hasta el 2-3 que parecía definitivo y entretenernos, porqué no, en la doble pisada en banda y golazo de Khalid. Podríamos hablar de la fe de Jaén en perseguir el empate cuando apenas restaban unos segundos y el balón estaba en su área. Podríamos debatir la colocación de la defensa colomense para que Mauricio no encontrase el pasillo por el que filtró el balón que Attos convirtió en el 3-3 a falta de siete décimas. O analizar porqué Industrias está encajando tantos goles en los minutos finales. Podríamos decir lo maravillosa que fue la prórroga, con dos equipos que no se conformaron y anotaron un gol cada uno, lejos de aquellos tiempos extra tan lamentables en los que ambos conjuntos firman las tablas de forma descarada. Podríamos incluso dedicarle unas líneas a Mauricio, quien a sus 37 años sigue siendo pieza clave en Jaén y resolutivo como pocos en las finales: gol del empate a uno, asistencia en el empate a tres, y dos goles en la tanda.
Por supuesto, podríamos analizar esa tanda de penaltis, para el que escribe, la más loca de la historia. Empezando por los 32 lanzamientos, con solo tres fallos. Porque los cuatro porteros anotaron su gol con tremenda habilidad. Porque el balón de José Mario golpeó con tanta fuerza en la barra que sujeta las redes que salió rebotado y Almagro, pensando que había golpeado en el palo, creyó durante unos segundos ―e hizo creer a los suyos― que estaban clasificados para la final. Por la “jugada” de Dani Rodríguez para colocar a Míchel de portero en uno de los lanzamientos. No tuvo efecto, pero si hubiera funcionado todos estaríamos aún hoy hablando de ello.
Podríamos incluso ver el resumen.
Pero da igual.
Nada de ello serviría para más que rellenar hueco.
Porque lo importante es lo que vivimos.
FUT-BOL-SA-LA.
Autor: Dani López (twitter: @gremplu)
Imagen destacada vía RFEF.

