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Hay derrotas de las que se aprenden valiosas lecciones, sea por el estilo de juego aplicado por el equipo rival, porque han aprendido de sus errores o simplemente porque se enciende algo en nosotros que nos dice que aquello que habíamos preparado no se ha dado. Se dice comúnmente que se aprende más de una derrota que de una victoria, por la querencia del ser humano a la autocomplacencia. Es más difícil que aceptes tus fallos cuando te has impuesto al rival. Pero todo esto solo tiene sentido cuando se acepta que tu rival ha sido mejor o que, sin serlo, admites que has cometido errores que le han permitido imponerse.
Por eso estamos aquí. Para intentar razonar qué falló en España, qué salió mal para que se cayese nuevamente en cuartos de final, para averiguar por qué no se cumplió con el histórico —en el que España es netamente superior—sino que se impuso el presente, ese que dicta que el último enfrentamiento entre ambos países también se resolvió en la prórroga a favor de los lusos, la final del Europeo 2018.
Pero sobre todo para no poner paños calientes, para no caer en banalidades como que se pierde por una cuestión de centímetros (el balón de Adolfo al palo en ese forcejeo con Joao Matos a falta de menos de un segundo) o qué hubiera pasado si en la revisión del 2-1 los árbitros hubieran sancionado el empujón (claro) de Ricardinho a Adolfo. Porque no es una cuestión de centímetros, sino de estilo. Un debate periodístico o de aficionados en el bar puede concluir que nos falló la suerte o el arbitraje, pero un seleccionador debe ir más allá. Y decimos seleccionador por ser la máxima figura del organigrama, la cabeza visible. Pero esta reflexión más profunda, ese análisis debe ir desde la figura del director técnico (José Venancio López) hasta el utillero, pasando por todos y cada uno de los jugadores.
¿Hay un único culpable? No
Porque es cierto que a España no le acompañó la fortuna: el chutazo de Raya desde 35 metros lo salva Bebé con una gran estirada, pero un toque suyo para desviar un pase sin mayor peligro se convierte en una vaselina perfecta contra Herrero.
Cierto que a España tampoco le acompañó el arbitraje. Ricardinho venía de gritarle a los árbitros en la cara sin que recibiera amonestación. Más allá de eso y de la falta cometida sobre Adolfo en la presión que debió ser castigada (y por tanto anulado el 2-1), en la memoria quedará el compadreo de los dos árbitros en el sorteo de campos previo a la prórroga con el astro portugués, que cobra especial importancia después de lo que habíamos vivido.
Y sí, esa jugada de Adolfo en el último segundo pudo ser gol. Una cuestión de centímetros.
Pero el análisis no puede, como decía al principio, ser tan superficial.
Porque si Raya se introduce el balón en su portería es porque España está jugando hundida. Ya sabemos que una selección que va perdiendo en una eliminatoria se volcará al ataque, pero tu objetivo es meterle miedo en el cuerpo o bien con contragolpes peligrosos, o bien con posesiones que busquen hacer daño. España, sin embargo, se limitó durante muchos minutos a pases en horizontal, buscando rondos cuyo objetivo final era que pasaran los minutos y no hacer daño. Quizá con un estilo más agresivo, España estaría defendiendo con las líneas más adelantadas, o habría hecho el tercer gol, dejando en anécdota el autogol.
No es (solo) por un error arbitral. Que la responsabilidad recayese sobre un egipcio y un marroquí no parece la decisión idónea para un partido de tal magnitud, pero esos mismos árbitros ya habían concedido un doble penalti a España en el último minuto de la primera parte que habría supuesto un golpe en la moral lusa, y que se falló. Por aquel entonces, Ricardinho había cometido tres de las seis faltas pitadas a Portugal, y nadie pensó que los colegiados estuvieran deslumbrados por el brillo de O Magico.
Vamos un poco más allá: preguntas sin respuesta
Si Portugal se puso en cinco faltas, ¿por qué no se buscó el 1v1 que provocase bien un desborde que generase superioridad, bien una sexta falta? Toda la prórroga tuvo que defender el combinado de Jorge Braz con ese hándicap y ni una sola vez se intentó el regate, teniendo a jugadores con el regate de Adri o Borja, y otros tan explosivos como Adolfo o Chino.
Pero hay más. Precisamente el contraste entre el tiempo muerto de Jorge Braz, diciendo a sus jugadores que lleva 20 años diciendo que son mejores que los españoles y rompiendo la pizarra contra el suelo, frente al de Fede Vidal en el descanso entre la primera y segunda mitad de la prórroga, es digno de estudio. Donde el luso fue pasión, energía y convencer a los suyos de que podían conquistar el partido, el español se limitó a enumerar jugadores como si fuese un funcionario detrás de una ventanilla, equivocándose varias veces: nombró a Borja en el quinteto, luego a Mellado, luego dijo que no quería otro zurdo y dijo Raúl Campos. Se fue en eso medio minuto. El otro medio se limitó a decir que, si no podían atacar de cinco, que lanzase Herrero balones al área rival. Ni un solo grito que despertase a los suyos, ni una sola palabra de ánimo que levantase la moral de un conjunto que se había visto clasificado y había recibido un mazazo increíble.
Si creen exagerado lo que digo, busquen ambos tiempos muertos, y entenderán con qué motivación salieron unos y otros.
Y esa es otra clave: si España contaba con las jugadas ABP como su gran baza, ¿cómo se puede permitir una triangulación en la que Zicky Té estaba solo en el corazón del área para hacer el empate a dos?
Cuando España se encontró con un saque de banda (casi córner) a falta de 10 segundos, la consigna de Fede Vidal fue una jugada de estrategia que, en caso de no funcionar los movimientos de despiste previos, se convirtiera en un “ostión al área”. Tal cual.
Hay muchos, muchísimos jugadores, que han dado su máximo y por ello no se les puede reprochar nada. La mezcla de veteranía (Ortiz o Adri) con chicos muy jóvenes como Raya o Mellado ha funcionado, pero hay también jugadores que salen señalados: todos nos llevábamos las manos a la cabeza cada vez que Chino se quedaba fuera de una convocatoria, pero el jugador no ha destacado en ningún partido. Ni siquiera le hemos visto probar sus famosos chinazos. Para él, la Selección era algo nuevo. Sin embargo, Bebe debía ser uno de los líderes, habitual y fijo en las convocatorias de Fede como es él. Su paso por Lituania ha sido completamente intrascendente. Sergio González quedó señalado (fue el descarte en octavos y cuartos) sin que hubiese justificación, más allá de pensar que los nervios que mostró al principio del encuentro contra Japón, en los que perdió dos balones casi consecutivos. ¿Es suficiente para condenar a un jugador del que se esperan grandes cosas? Solano tuvo un par de fogonazos, pero apenas desatascó y fue más protagonista por las faltas cometidas que por sus goles o el dominio del juego recibiendo de espaldas. Jugadores como Raúl Campos sí han hecho goles, pero su incidencia en el juego ha sido mínima. Incluso contábamos con un arma única, un portero moderno y diferencial como Dídac, pero fue condenado a la grada cuando te ofrecía una alternativa de juego única. Al parecer, ofrecer salidas al puro estilo Higuita durante los 40 minutos —o al menos durante los tramos en que el partido estuviera atascado—, no entraba en el libreto.
Libreto que hace falta modernizar, dicho sea de paso. El arma del portero jugador es de obligada consideración. No se puede limitar todo a la estrategia y a las jugadas a balón parado. Hay que evolucionar en un futsal donde el físico es cada vez más importante.
Y con todo lo dicho, aún habría margen para mucho más. Por eso deberíamos hablar del estilo y con estilo, y evitar análisis simplistas y autocomplacientes. Así podremos decir que la derrota sirvió de algo. En caso contrario, la Euro que se disputará en apenas cinco meses tendrá la misma pinta que este Mundial.
Autor: Dani López (twitter: @danifutsal6)
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