Llega el final de temporada. Con él, la emoción del playoff, de la disputa de los títulos y sí, también los fichajes. Para algunos, es el momento de ver con ilusión como nuevas figuras visten el proyecto de su club con un aura de grandeza. Para otros, de observar como otros equipos sobrevuelan sus plantillas como rapaces, buscando algún corderito despistado en medio del páramo al cual llevarse a su nido. Y para todos, de rumores, renovaciones, llegadas y salidas relacionadas con los que son, o van a ser, nuestros referentes deportivos.
Cada año, los ofendidos ante tal o cual movimiento, son legión y se mesan los cabellos sin entender como es posible que «ese» jugador, entrenador o similar, pueda «traicionar» al club en el que tanto se le quiere. En el que se le adora. En el que se le ama. Amor… Emitimos juicios basados en un sentimiento que, no podemos engañarnos, es total y absolutamente irracional. Pero lo es solo para nosotros, los aficionados.
Razones para cambiar de equipo
Hay muchas razones para cambiar de equipo. Muchas de ellas, son las mismas que ponderaríamos cualquiera de nosotros para cambiar de trabajo. Poder pasar más tiempo con la familia, o simplemente, tenerles más cerca. La comodidad de la ciudad donde voy a vivir. Ambiciones a nivel deportivo. Sentir que se valora lo que hago y que soy importante para el equipo. Ser, o no, capaz de soportar la presión de un determinado club. Tener problemas con algún compañero -o tal vez con el entrenador-. Cambiar el estilo de vida que me plantea una determinada ciudad. O, simplemente, disfrutar de un clima que se adapte más a mi personalidad pueden ser factores a tener en cuenta. No solo se mueve uno por dinero, que es a lo que achacamos la marcha la mayor parte de las veces sino que, detrás de una decisión así, hay mucho pensamiento. Mucho debate interno. Mucha reflexión de una persona que, sobre todo y ante todo, es un profesional. Se gana la vida con el deporte. Su trabajo es el deporte.
Para ellos, no es una traición. Es una oportunidad laboral igual que la que cualquiera de nosotros, al menos, ponderaría en iguales circunstancias. De hecho, todos los jugadores, incluso aquellos que han permanecido toda su carrera en un club han recibido ofertas en un momento de su carrera u otro. Ofertas que, ya sea para aceptar o rechazar, debes meditar con los tuyos a conciencia y buscar lo mejor para todos pero, sobre todo, lo mejor para ti y tu familia.
Y yo, ¿qué puedo hacer?
Como aficionados, debemos empezar a entender que los jugadores, como profesionales que son, se deben a un equipo mientras dure su contrato. Después, se deberán a otro si así lo deciden. Eso, sin embargo, no quiere decir ni que estén menos agradecidos a su club anterior, ni que no hayan dejado hasta la última gota de su sudor mientras han defendido esos colores ni, por supuesto, que pretendan faltar al respeto a nadie al irse. Mucho menos a una afición que les ha apoyado a muerte.
Como aficionados, no dejemos que una reacción irracional nos haga faltar al respeto a una persona que busca, por encima de todo, ganarse la vida. Nos debemos quedar con todo aquello que nos ha hecho felices y que ha hecho más grande a nuestro club por el camino. Debemos desearle toda la suerte posible y tratarle con cariño cuando nos visite. Ya sea como rival o como uno más en la grada. Debemos demostrar, que su paso por nuestro club no fue intrascendente. Así, él también lo llevará siempre en una parte de su corazón. Tenemos muchas razones para presumir del fútbol sala. Hagamos del respeto al jugador, juegue donde juegue, nuestro principal valor.
Autor: Rubén Robles Alonso (@MrRobles21 en twitter).